martes, 5 de abril de 2022

El alcarreño y la guerra


Casimiro Palomo vivía en una cueva alejado de sus vecinos. Practicaba la soledad como forma de vida porque todos se burlaban de él desde su nacimiento sin saber muy bien por qué. Cuando se quedó solo en la vida, decidió que el mejor sitio para instalarse era la cueva en dónde su padre había criado palomas desde siempre. Así su soledad sería una soledad acompañada. Cada mañana saludaba a sus compañeras, y se iba a trabajar a las colmenas sin protección. Las palomas conseguían que nadie, ni las abejas, quisieran acercarse porque Casimiro apestaba. Los vecinos, que sentían lástima, le dejaban comida en la cueva y un día le regalaron un transistor que funcionaba con la luz de las luciérnagas. Así Casimiro se enteró de la guerra de Ucrania y comenzó a pergeñar ideas desde la humildad de un palomar y su mente colmenera. Una noche de insomnio concibió un plan y se fue caminando a la frontera de Ucrania. Llegó en seis días porque solo fue a pie hasta la estación ferroviaria y allí se coló en un tren de carga. En una saco portó las palomas, que prestaba para los desfiles del día de la paz, pero también a las más listas. Solo estas últimas sabrían volver a sus manos después de que las soltara en la frontera. Tras unos días regresó a su cueva con su media docena de palomas brújula y desde allí las volvió a enviar a la guerra muchas veces. 

Cuando conseguían encontrar el camino de vuelta, Casimiro las recibía gozoso en su gruta, les colgaba un hatillo con miel al cuello e incrementaba la troupe. Con el tiempo de su cueva salían miles de palomas portadoras de miel, que cuando llegaban a Ucrania lanzaban su  dulce carga para poder volver a casa más ligeras. El trasiego fue tal que apareció en las noticias y Casimiro, emocionado, intensificó la operación y pidió ayuda a sus colegas. Toneladas de miel fueron lanzadas sobre Ucrania. Con la miel caída desde el cielo, las armas quedaron inútiles. La guerra terminó en una gran merienda y todos pudieron volver a casa.

miércoles, 9 de marzo de 2022

Tormenta de ideas para la calma

 Landelino Soufflé era funambulista y estaba acostumbrado a fijarse mucho en dónde ponía los pies y sobre todo a mirar desde arriba. Pasaba tantas horas practicando que se sentía un ser desplazado de lo cotidiano. Los días de descanso leía toda la prensa atrasada y sacaba sus propias conclusiones. Un día, en el que consultaba la hemeroteca de su pueblo se encontró conque había otros profesionales que también pasaban tiempo en lo alto y tenían una percepción similar a la suya de lo que iba pasando. Eran los obreros de la construcción, los aviadores, los alpinistas y, para su sorpresa, los levitadores. Landelino decidió reunirlos para intentar dar ideas a un mundo, que a tenor de lo que estaba pasando en Ucrania, podría acabarse. Los observadores de altura llegaron a la conclusión de que las masas se movían en torno al egoísmo y la avaricia, como demostraban la desforestación, el consumismo, la existencia del Tercer Mundo o los pueblos abandonados y que el culmen era la guerra. 

Después de días de discusiones encontraron una solución difícil de acometer: tenían que devolver los valores a las gentes que los habían olvidado. La empresa resultaba harto difícil porque ninguno reunía los contactos o dotes necesarios para esparcir la bondad o la generosidad que abundaron en la Tierra en algún momento de su historia; pero no cejaron en su empeño. Todos los miembros del cónclave de las alturas opinaron que quizás la solución estaría mucho más arriba. Las discusiones se transformaron en sesiones de meditación porque nadie sabia cómo acceder a ese "más arriba" hasta que alguien sugirió: "¿y si fuera más atrás y no más arriba?". La mayoría estuvo de acuerdo que sería perfecto rescatar  los valores de antaño pero el problema seguía siendo el mismo: ¿Cómo hacerlo?...

Las soluciones propuestas fueron desde utilizar la ouija para traer de vuelta a personas insignes que reencarnaron valores fundamentales, a utilizar la radio para provocar la emoción que solo la música y la poesía podían ejercer, lanzar semillas desde avionetas para repoblar tierras estériles y convocar a los maestros de las escuelas a sus reuniones para que dieran ideas y también las propagaran entre sus alumnos...pero nada hacía parar la guerra...

  


domingo, 20 de junio de 2021

Arroz con leche

 


Magdalena Salpicón nació con uñas de azúcar quemada y alma de polvorón, aunque era pescadera. La gente acudía a su puesto y quería que ella limpiara la mercancía porque les dejaba un regusto dulce al fruto de la mar salada, que era toda una sensación. Pero nadie, ni siquiera ella, conocía el secreto. Magdalena solo sufría por sus uñas siempre sucias de caramelo que, como le daban asco, nunca se mordió y cuidó siempre con esmero. Nuestra pescadera pasó la vida ignorando su don hasta que el Restaurante Chino del barrio invitó a todo el mercado por el Año nuevo de su país y pidieron a Magdalena que suministrara el pulpo. El día de la fiesta el pulpo, que estaba tan fresco que se escapó de la cocina, se escondió en un saco de arroz. La huida del cefalópodo casi dio al traste con el ágape si no llega a ser porque Magdalena, lista como ninguna, dedujo que el reo se habría refugiado en algún sitio húmedo e hundió sus manos en el saco del cereal. Ya con el bicho en las manos y contenta por la caza, percibió que el arroz había sido invadido por las luciérnagas que iluminarían las linternas al anochecer, pero no le dio importancia. El dueño del almacén puso la voz en grito al ver el estropicio pero Magdalena, resoluta como pocas, le aconsejó que lo lavara con leche que como era blanca, no causaría estragos en su mercancía; pero esta vez se equivocó: el calor de las luciérnagas, la leche limpiadora y los dedos de Magdalena hicieron del desaguisado un postre con el arroz. Después de esta invención fortuita del «arroz con leche», la pescadera colgó el mandil y las botas de plástico y se dedicó al arte repostero, que llevaba dentro desde su nacimiento. Nunca es tarde. Los pescados la echan de menos.


domingo, 13 de junio de 2021

Sororidad de barrio

 

Claudia oyó los gritos des de su cocina y lo apuntó todo. Clara fue a la casa del que gritaba  a pedir azúcar. Antonia le ofreció recogerle  a los niños en el colegio. Juana le invitó a un café interminable mientas tricotaba. Claudia siguió oyendo los gritos desde su cocina y trajo a más amigas para que los escucharan y juntas siguieron tejiendo algo grande: una le daría cobijo en su casa del pueblo, otra entretendría al marido con cosas que le importaban y el resto seguiría tejiendo una red inmensa para dar y recibir según hiciera falta. Iniciaron una rutina de« corre, ve, dile y quédate en mi casa si te hace falta  » entre ellas, para alertarse y salir del sufrimiento, que trascendió a su barrio… y así a poquitos fueron pescando mujeres que vivían entre gritos.

Fotografía de Thuyhabich para Pixabay



sábado, 5 de junio de 2021

El retortero sentimental

 


Secundina Florianópolis tenía todas las rendijas cubiertas y no había dolor que no tuviera previsto. Ella, fiel seguidora de la prevención y el  «por si acaso», estaba convencida de que no se toparía nunca con una pena tal, que hiciera mella en su alma. Secundina vivía tranquila porque lo de «entre susto y susto» había pasado a la historia. Ella, en su trinchera imaginaria, no había catado pasión alguna a sus treinta y tres años  porque, fiel a su íntimo mandato, cada vez que alguno de sus lances amorosos amenazaba delirio, ella salía huyendo. Secundina se sentía a salvo y ajena a esa tontería de las mariposas en el estómago. Sin embargo una cosa que sí necesitaba nuestra cobarde profesional era alguna lisonja de cuando en cuando. Por esta razón tenía una agenda repleta de candidatos que denominaba «El retortero sentimental». Una colección de amantes teóricos con los que había tenido una inocua relación que le había llenado un día o dos. Secundina seguía feliz en su balsa de cortapisas. No quería sentir para no sufrir y para eso acortaba las relaciones para no llegar al nivel de la pasión. No quería más para no destartalarse, para no suspirar por amor y por encima de todo para no perder el rumbo. Toda una declaración de intenciones, que no tenía en cuenta a la otra parte a la que, normalmente, dejaba «a punto de caramelo» (ya que era una mujer muy guapa), que se fue al traste el día que, necesitada de renovar su ajuar metálico, acudió a una tienda de sartenes. Allí, al sentirse retratada, bajó la guardia, momento en el que el dependiente, Oswaldo, le declaró su secreta pasión y ella, entre sartenes, sucumbió. Ya en casa fue llamando a cada integrante de su «Retortero sentimental» y subsanó la histórica ausencia con un par de revolcones por cabeza  Secundina dejó de ser el anhelo de nadie y su modelo de sartén: «aquí y ahora» les hizo ricos a ella y a Oswaldo, al que nunca le importó compartir a Secundina porque, sabio, supo que «la gestión del despertar de la pasión de Secundina», no podía ser gesta para uno solo.

 

En la foto Secundina con su producto en su casa. Afortunadamente para ella, no compartió sufrimiento alguno con las mujeres de  #Ceciliayotrasmujeres quesecreyeronmuertas publicado con @librosindies en donde se tejen otras historias de intriga y dolor aunque también y como si de una salsa agridulce se tratara, se cuela alguna risa.



sábado, 8 de mayo de 2021

Haciendo para no deshacernos

 


Muriel Campobellota se levantó deshecha y le llevó un rato recomponerse. No tenía ilusión para seguir adelante, así que se asomó al balcón de su casa con actitud taciturna y , como era de esperar, se encontró con Gladys, la vecina de enfrente, que solía pedir azúcar a tacitas, y que le preguntó que si conocía a alguien para cuidar a una persona que estaba muy solita. Muriel buscó en su agenda, encontró a Casilda que gozaba del perfil perfecto para romper soledades, anotó su nombre y su teléfono, lo prendió con una pinza del tendal, que compartía con Gladys y se lo hizo llegar. Muriel se recompuso y tiró para adelante pensando que igual la solución era esa y se fue al punto limpio a buscar un pupitre, con rejilla por debajo para posar los ovillos de su labor por si se aburría, y una silla de colegio.

A media tarde Muriel dispuso su nuevo afán en una calle principal, sentada en la sillita que había reciclado, con un cartel: «Doy» pegado al borde del pupitre con el chicle que venía con el lote.

La cola no se hizo esperar, decenas de personas fueron a pedirle algo y ella, diligente, fue encontrando respuesta o pidiéndola a gritos. Pero lo mejor no fue que Muriel dejara de deshacerse y disipara sus desdichas escuchando las ajenas, sino que las personas, que estaban en la fila, hicieron lo mismo hablando entre ellas y pronto todos los entuertos del barrio pasaron a la historia.

Muriel, con la ayuda de Gladys, que se convirtió en su lugarteniente, abrió sucursales de su asociación: «Haciendo para no deshacernos» y contribuyó a hacer del mundo un lugar mejor con un lema monosílabo: «Doy».

A veces es muy fácil.



Fotografía del equipo de Muriel. Fuente: Moon Magazine


jueves, 25 de marzo de 2021

Artesanía y Pandemia

 


Alalibia Boñiga era secretaria, secretaria de las buenas. De aquellas que hacen del orden un modo de vida y su casa un templo de taxononomías y catálogos. Con el confinamiento se quedó sin trabajo y recaló en un ERTE de tantos. Afín a su esquema mental se dedicó a ordenar y, cuando ya no le quedaron cosas presentes, se dedicó a las perdidas, entre ellas sus ancestros. Como para ello debía estudiar genealogía y no le arredraba el esfuerzo, se afanó y logró el título. Sus pesquisas le condujeron a conocer el pasado artesanal de su familia en la Edad Media en la que fueron conocidos como maestros cesteros. A Alalibia le faltó tiempo para enmendar sus carencias artesanales y, después de agenciarse el material necesario, hizo otro curso y emuló a sus parientes de otro siglo. Cuando tuvo toda la casa clasificada en cestas se dio cuenta de lo bonito que quedaba y comenzó a contárselo a sus amigas que, inicialmente, erraron totalmente el tiro porque no se trataba de vender de cestas sino de descubrir qué ocupaciones habían tenido sus ascendientes para así rescatarlas. Con este afán entre elevado y manual, Alabilia convirtió a sus amigas en guanteras, alfareras y encajeras. Algunas como Margarita elevaron la alfarería a arte y contribuyeron a hacer del mundo un lugar más bonito. Gracias a Alalibia y al confinamiento, numerosos oficios volvieron a estar de actualidad y algún ERTE fue casi una bendición. Si es que nunca se sabe......